Un latido más humano... y más de Dios
En este último suspiro de la Revista 21, quiero dirigirme a todos los amigos de esta veterana publicación para agradecerles su labor durante estos 104 años de camino recorrido a la luz del padre Damián de Molokai. Doy gracias a sus redactores por su perseverancia, a sus lectores por su compromiso, y a la Congregación de los Sagrados Corazones por haberla hecho posible. Las despedidas suelen dejar sentimientos encontrados, una mezcla de gratitud y de nostalgia. Cuando se trata de despedir a un medio de comunicación, este último adiós aún genera mayor trascendencia por el silencio que provoca su ausencia.
En este momento de la historia, contamos con muchas formas de comunicar la Buena Noticia. El ambiente mediático es hoy omnipresente a través de la red y ese inmenso continente digital. Sin embargo, a causa de las profundas transformaciones que la tecnología ha introducido en las lógicas de producción, distribución y consumo de los contenidos, las voces de muchos expertos señalan los riesgos que amenazan la búsqueda de información auténtica y debidamente contextualizada. Internet supone una posibilidad extraordinaria de acceso al saber, pero también se ha convertido en uno de los lugares más expuestos a la desinformación.
El rol de los periodistas como únicos relatores de la realidad ya forma parte del pasado. Sin embargo, su papel es más necesario que nunca para tratar de autentificar la información vertida en el continente digital. Las mismas oportunidades que nos ofrece la tecnología también exigen la transformación de los medios de comunicación tradicionales. Cambia el canal, pero la misión de la prensa permanece.
Internet constituye una ocasión para favorecer el encuentro con los demás. Ayudados por la tecnología, tenemos que construir un mundo más generoso, más fraternal, más solidario, más justo, más amable. Un mundo que entienda que los problemas de unos cuantos son problemas de todos.
La actual crisis económica puede leerse como una invitación a la conversión, al cambio de vida, a volver a mirar a Dios, a darle nuevamente el centro de nuestra existencia, a mirar a los que nos rodean como hermanos. No perdamos esta oportunidad. Pidamos al Señor que nos dé un corazón de carne para poder compartir el dolor y las alegrías de los demás. Que todo lo humano tenga un eco en nuestro corazón.